Una tarde cualquiera, en algún lugar del valle de Sakana
(Navarra), paralelo al impresionante río Arakil, me encuentro atravesando el
exuberante bosque que recubre éste rincón tan mágico del viejo reino,
combinando una de mis mayores pasiones, el avistamiento de aves (o “pajareo”,
como vulgarmente le conocemos algun@s) con otro tipo de observaciones. De pronto,
tras fijarme mejor, entre la abundante vegetación de la orilla, justo frente a
un meandro, se erige sobre el embarrado suelo un amasijo de ramas y hojas que,
aunque de disposición azarosa en un principio, parecen tener un orden. Ya había
visto aquel montón en otras ocasiones, siempre con la idea de que se trataba
simplemente de un cumulo de materia que, tras ser arrastrada por las copiosas
riadas, iba a parar allí, una de esas caprichosas formaciones que a veces tan
generosamente nos regala la naturaleza. No obstante, ese día decido aproximarme
hasta el montón para examinarlo más de cerca, algo no me cuadra, las ramas se
encuentran colocadas sobre lo que parece un montículo de tierra, enlazadas
entre si hasta varios cm sobre el agua, como si alguien las hubiese colocado a
propósito, tras fijarme mejor, veo que muchas de las ramas presentan marcas o
se encuentran completamente descortezadas. Sobre lo que parece ser la zona
terminal de aquella extraña formación, una especie de “porche de palos” que se
encuentra sobre el agua, observo lo que parece un camino, una zona despejada de
ramas que acaba (o empieza, según se mire) en el agua, no cabe la menor duda,
estoy ante una madriguera, pero ¿de quién?
La respuesta no tarda mucho en aparecer, en varios m alrededor
del montículo encuentro una gran cantidad de marcas; prácticamente todos los árboles
más cercanos al agua están “tocados”, algunos presentan descortezados en su
base, otros están casi completamente roídos, temblorosos ante la acción del más
tenue viento o apoyados en sus congéneres, en algunos sólo observo un tocón con
una “punta de lápiz” donde antes debió haber un tronco y una frondosa copa,
resintiéndose a morir y expulsando pequeños brotes epicórnicos que un día
mutaran en nuevos y torcidos troncos, otros, los más suertudos, presentan una
vieja cicatriz tapada por tenues capas de floema, prueba de que, quien fuera
que fuese o lo que fuera que fuese su agresor, no ha vuelto a atacarlos nunca
más. A lo largo de toda la zona, pequeñas pasarelas de tierra compactada
emergen del agua a modo de “toboganes”. Éstos rastros no son algo ajeno a mi
entendimiento, pues los veo en ésta zona prácticamente desde que me encuentro
con el río hasta que lo dejo atrás, son la inconfundible obra de un autor que
hizo de éste territorio su hogar hace ya casi 3 años, un castor.
Detalle de la "txabola"


Troncos roídos por castor
Sé lo que os estaréis preguntando “¿castores? ¿aquí?, pero
serán exóticos ¿no?”, bueno pues sí y no. El castor europeo (Castor fiber) habitó todo el continente
europeo y parte del asiático durante la prehistoria, incluida, claro está, la
Península ibérica, en cuyos yacimientos aparecen varios restos fósiles de la
especie. Se sabe que era cazado por su carne y su piel, pero no fue hasta la
aparición de las armas de fuego y al descubrimiento de un líquido aceitoso
ubicado en unas glándulas en la base de su cola, que el animal usa para
impermeabilizar su cuerpo y que se conoce con el nombre de castóreo o castor
oil, muy apreciado en farmacología, que fue perseguido y prácticamente
esquilmado del continente salvo unos pequeños reductos aislados. Tras ver que
la especie corría un grave peligro, la UE le otorgo el honor de “especie
prioritaria” y muchos países se comprometieron a crear proyectos de
reintroducción de la especie, hasta tal punto que a día de hoy el roedor
anfibio ha ocupado gran parte del territorio perdido. ¿Y cómo nos afecta esto
en la Península? No se sabe a ciencia cierta cuando ni que fue la causa de su extinción
en nuestro territorio, algunos apuntan a que fue de manera natural ya en la
prehistoria, otros lo datan en la época de los romanos, otros en el siglo XVII
e incluso hay quienes dicen que pudo haber castores hasta el siglo XIX. La realidad
es que, debido a la condición de España como gran vía comercial de productos
procedentes de amplios lugares, no se sabe a ciencia cierta si, tanto los restos
como las menciones de la especie en nuestro territorio se deben a ejemplares
locales o a pieles y otros restos procedentes de zonas de Europa donde si está
constatada su presencia. La cuestión es que los gobernantes Hispanos no se
prestaron a su reintroducción, seguramente porque no querrían que un animal
eminentemente lignofago (se alimenta de corteza) campase por sus orillas,
pobladas por uniformes choperas y huertos frutales, sustituyendo al rico e
importante bosque de ribera o soto, hogar de multitud de especies, y hábitat por
excelencia del castor. Pero en 2003 un grupo ecologista radical (Pays des
castors) decidió dar el paso por España y libero 18 ejemplares procedentes de
Baviera en el río Aragón, en la frontera entre la comunidad homónima y Navarra
(hoy sabemos que tenían pensados más “golpes” en otros puntos de la Península) sin
controles sanitarios ni permisos de ningún tipo, al más puro estilo francés*,
con una variabilidad genética tal, que permitió que la especie se expandiese
por todo el Ebro y sus afluentes hasta conquistar prácticamente toda Navarra, Aragón
y La Rioja (hoy en día también se encuentran por Araba y están empezando a conquistar
otros afluentes). La respuesta inmediata de las CCAA fue considerarla especie exótica
invasora y procedieron a su captura y posterior erradicación, no obstante,
debido a una acuciante crisis que imposibilitó campañas de erradicación
efectivas y duraderas, y a la forma de dispersión de los juveniles, que, en
lugar de ocupar el territorio de manera paulatina, efectúan largos viajes
siguiendo el curso del río alejándose varios km del núcleo original, lo que le
permite ocupar grandes extensiones de terreno, fue imposible detener su expansión.
Para colmo la UE obligo a España a catalogarlo como especie protegida (recordemos
que en Europa es “especie prioritaria) y las CCAA cesaron en su intento de
convertirse en uno de los pocos países en extinguir dos veces una misma
especie.
Juvenil de castor en el río Arga, Pamplona
La situación a día de hoy es desconocida, el castor sigue
presente y expandiéndose allí donde le dejan, pero no sabemos ni cuantos hay,
ni cuál es su impacto en el ecosistema, ni parece que haya mucho empeño en
averiguarlo. Más bien el castor a “posicionado” a todo el mundo de la ecología de
forma que no ha dejado indiferente nadie; Los hay quienes lo consideran autóctono,
que su extinción fue obra nuestra y que, si bien el procedimiento fue chapucero
y arriesgado, su reintroducción es un regalo y debemos conservarlo como tal,
otros en cambio lo catalogan de exótico y piden a gritos su exterminio,
mientras que unos últimos afirman que el castor no tiene cabida en nuestro
territorio, al menos por el momento, pues el bosque de ribera, su hábitat por antonomasia,
y el ecosistema fluvial en su conjunto, se encuentra gravemente amenazado, fragmentado
y deteriorado, y en lugar de favorecerlo y mejorarlo, como se ha comprobado que
hace de manera muy efectiva en otras zonas de Europa, quizá haga el efecto
contrario. Parece ser que Navarra tiene pensado elaborar un estudio de impacto
ambiental (menos es nada) de la especie en el territorio, así que confiemos en
que el estudio saque algo en claro.
Castor alimentándose de una rama en el río Arga, Pamplona
Mismo ejemplar nadando
Y toda ésta odisea nos trae de vuelta al meandro, dónde me
encuentro admirando aquella “oda a la madera” que se alza frente a mí, ¿Qué es exactamente?
Aunque, cada vez que la palabra “castor” ronda nuestra mente pensemos en
grandes y magnificas presas (más propias de su homologo americano Castor canadensis) lo cierto es que esos
diques solo los construyen en pequeños ríos de montaña o temporales, para
evitar quedarse sin agua (donde se ha demostrado que benefician a multitud de
especies, como al visón europeo y a los alevines de peces) pues el castor es un
“ingeniero” del ecosistema como nosotros, modifica su entorno para su beneficio
propio, lo normal es que en ríos de buen tamaño ocupen madrigueras de nutria o, como en nuestro caso, construyan una especie de “txabola” con entrada subacuática a orillas del rio,
con materiales obtenidos mediante la corta con sus poderosos incisivos o
recogidos del cauce (quedando patente su labor de limpieza de los cauces, al
eliminar de éste material acumulable por riadas).
Así pues, no veo momento para ir a casa y coger mi cámara de
foto trampeo, para colocarla en aquel lugar en cuanto tuviese una oportunidad
de volver. Dicha oportunidad se presentó la tarde del 29 de diciembre, cuando
me acerco al lugar, colocando la cámara en un árbol cercano, justo en frente de
la pasarela que pasa por encima de la “txabola”, con la esperanza de grabar
algo, ¡¡y vaya si grabó!!
Prácticamente todas las noches durante todo el tiempo que
estuvo colocada (del 29 de dic. Al 03 de enero) el “señor de las aguas” hizo
trabajar a la pobre cámara como nunca lo había hecho. Empieza su “jornada
laboral” sobre las 19:44 de la tarde, subiendo por la rampa (rara vez baja, así
que supongo que utilizara otra distinta) en intervalos de unos 2-5 mins. De media
y con máximas de unos 20-35mins. (seguramente para descansar, alimentarse o por
algún tipo de alerta) y aporta todo tipo de material destinado a acondicionar
su “casa” y a la alimentación. El material empleado va desde grandes pelotas de
hojarasca y ramitas, que el animal sujeta con sus extremidades delanteras y su
boca, lo cual le obliga a caminar adoptando una postura bípeda muy curiosa,
hasta ramas mucho más grandes que él, que sube pesadamente por la rampa. A
parte de la atareada vida de éste animal no he logrado sacar nada más en claro,
de hecho, me he formulado más preguntas que respuestas ¿Qué porcentaje del
material es destinado a la construcción y cuanto a la alimentación? ¿Qué especies
son las más empleadas? ¿soportara el medio una extracción tan grande y continua?
Y la que más me intriga ¿es un individuo solitario o hay más? Las imágenes muestran
a un individuo, pero eso no significa nada ¿se turnarán? ¿mientras uno aporta
material el otro (o los otros) derriban arboles? Seguramente vuelva a la carga
en febrero, que es cuando empieza el celo en esta especie, para ver si consigo
despejar algunas incógnitas, por el momento y mientras se discute su posible autoctonía,
solo queda disfrutar, lo que se pueda, de tan fantástica especie.
Acondicionando las ramas
Llevando las "pelotas" con su característico andar bípedo
Arrastrando ramas
Como extra también adjunto vídeos de dos especies que podrían
haberse visto beneficiadas por la construcción del roedor; En el primer vídeo
podemos ver a un ratón sin identificar (¿un Apodemus
sylvaticus?) que escudriña entre las ramas en busca de alimento, y una
garza real (Ardea cinerea) madrugadora
que utiliza la construcción como atalaya para sorprender a los peces.
Garza acechando peces
*Según la lógica francesa, para que una reintroducción sea
efectiva se deben liberar mínimo 18 ejemplares, para el caso del castor, 6 núcleos
familiares de dos adultos y una cría.
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